Escribo esta columna desde la insuficiencia. Digo esto porque hablar de béisbol no me sale natural; más allá de lo que sale en la sección de deportes en los portales de noticias y canales locales de televisión, apenas me entero de los sucesos en la escena deportiva. Lo que sé —poco, muy poco— se lo debo a mi difunto padre, Leonardo Rivera Estrada y mi madre, Ana González, ambos eternos fanáticos de los Yankees, quienes pasaban las tardes alimentando rivalidades familiares con mi difunto tío, Luis González, leal e inquebrantable fanático de Boston. El entusiasmo y la sabiduría deportiva continúa gracias a mi estrecha amistad con gente maravillosa, periodistas deportivas como Natalia Meléndez y Zacha Acosta y el periodista y geógrafo Rafael Díaz que se desempeña, no solo en la profesión, sino también en la academia.
Hablemos entonces de Edwin ‘Sugar’ Díaz.
No hay que hacer un recuento del épico juego del Clásico Mundial de Béisbol entre las novenas de Puerto Rico y la República Dominicana. Creo que casi todo el País sintonizó el juego, viviendo vicariamente el entusiasmo y espíritu deportivo y de camaradería de aquellos que se personaron al parque en Miami. Apreciamos especialmente esa espectacular parte inferior de la tercera entrada en la que la destreza y astucia de los boricuas y los errores cometidos en la grama por parte de los dominicanos —extraño de observar de un equipo tan efectivo y de tan alto rendimiento— sellaron la victoria para los nuestros.
El lanzador y cerrador Edwin Díaz fue clave en ese selle. Su desempeño confirmó todo lo que ya sabíamos desde la tercera entrada —y definitivamente desde el inicio de la quinta entrada, con el ‘in-field home run’ de Francisco Lindor — que Puerto Rico se alzaría con una grandiosa y necesaria victoria frente a una novena favorita y favorecida, percibida potente y con posibilidades. Grandioso, un juego para la historia; quedó grabado en la memoria de los jugadores y en la psique de los puertorriqueños, que también necesitaban el triunfo para aliviar y sosegar su autoestima colectiva. Y así, en el medio del frenesí del merecido triunfo, la lesión de Edwin Díaz le obliga a sentarse en el piso.
Fue un momento dulce hecho agrio, hecho dulce nuevamente por el gesto de solidaria camaradería de sus compañeros de equipo que, preocupados por el bienestar de ‘Sugar’, le cargaron en brazos, al mismo tiempo que su hermano, el también lanzador, Alexis Díaz, lloraba en fraternal inquietud. Debo marcar aquí el solemne y respetuoso silencio de los dominicanos que, pudiendo lamentarse del sino definitivo de su novena en el Clásico, observaban serenos el lamentable drama.
La épica boricua en este Clásico, para siempre marcada en la historia del béisbol, tuvo un sinsabor. Vino de una fuente improbable y un individuo cuya trayectoria como periodista y comentarista —hasta ahora —siempre respeté: Keith Olbermann. No estoy seguro de su motivación, pero tengo la certeza del mal gusto y tono ofensivo de su tuit: “Primero Freddie Freeman, ahora Edwin Díaz. El Clásico Mundial de Béisbol es una exhibición sinsentido con el propósito de: hacerte comprar otro uniforme, mandar al diablo la temporada real —presumo del béisbol de Grandes Ligas — y separar compañeros de equipo basado en el criterio de donde se acostaron sus abuelas. Suspendan el Clásico. Ahora”. Un particular comentario, repleto de etnocentrismo y masculinidad tóxica; un mal gusto que solo las respuestas, indignadas y enfáticas, de boricuas y fanáticos del deporte en general pudo aliviar.
Nadie le quita importancia a MLB y ciertamente estos quieren proteger sus inversiones. Pero incluso la respuesta del equipo de Sugar, los Mets de Nueva York, fue apropiada, mesurada. Olbermann fue, pues, la nota discordante; aquella que nos recuerda los instintos pésimos de algunos estadounidenses manifestados en obvios chauvinismos. Precisamos de recordarles que, si son el centro del mundo, se debe precisamente a la infusión latina e inmigrante de estos procesos y fenómenos que le brindan gloria. Además, ningún jugador debe tener reparo en representar a la patria en un evento que debe ser considerado por todos una genuina serie mundial.